Reducir la desigualdad, de verdad
Marcelo Torres Cofiño
No lo podemos negar: en México las desigualdades se
profundizaron creciendo a niveles inconvenientes para la nación. Son diversos
los motivos que nos han llevado a esa situación, pero las raíces históricas de
mayor impacto las encontramos en la década de 1940 cuando se tomaron decisiones
muy equivocadas con respecto al desarrollo del país y aunque ha habido momentos
en que parece que logramos reducir las desigualdades, estas han terminado por
ampliarse.
Por tanto, es necesaria una política de Estado destinada a
reducir las brechas entre los que más tienen y aquellos, la mayoría, que han
sido menos favorecidos. Hay dos principales caminos para lograrlo.
Uno primero, el del aparente atajo, consiste en incrementar
la capacidad de consumo de la población en condiciones de pobreza a través del
otorgamiento de apoyos, ya sea en dinero o en especie. En teoría, que la gente
tenga más recursos para comprar les permite satisfacer más fácil sus
necesidades básicas para poder así atender otras de orden superior.
Si se les otorga una despensa –dice el librito– entonces el
dinero que iban a destinar a ese fin lo utilizarán para pagar estudios, mejorar
sus viviendas o para ahorrar.
Décadas de experiencia nos dicen que eso no es lo que pasa.
La mayoría de los beneficiarios de los llamados programas asistenciales destina
los recursos excedentes que recibe a la realización de gastos superfluos que no
les significan una mejoría en su calidad de vida.
A veces incluso pasa todo lo contrario, les agrava su
situación porque contraen deudas suponiendo que lograrán cubrirlas. No es una
consecuencia que no sea previsible. Si no han podido tener acceso a una
educación financiera básica ¿con qué herramientas van a poder planificar bien
su gasto?
Existe otro camino que es el de incrementar las capacidades
productivas de los sectores más vulnerables de la población. Se trata de una
ruta más larga, pero que la historia ha demostrado es la más segura. Coincide
con el viejo proverbio de enseñar a pescar en lugar de otorgar el pescado.
Exige, por supuesto, un gran esfuerzo focalizado de educación y acompañamiento
capaz de dotar a los individuos y sus comunidades de recursos intelectuales que
les permitan alcanzar la autonomía necesaria para, en el mediano plazo,
salvarse a sí mismos.
No se trata de un camino que es de peleado con el primero; es
decir, que acompañando aquellas ayudas que posibilitan la subsistencia, llegan
aquellas acciones destinadas a verdaderamente empoderar a la población, de tal
forma que, luego de un tiempo razonable, dejen de ser necesarios los apoyos
asistenciales. Eso es lo que no se ha hecho por la intención claramente
electorera de los programas sociales.
Cuando hablamos de fomentar e impulsar a las micro, pequeñas
y medianas empresas, nos referimos también a detonar ese mecanismo que
posibilite el fortalecimiento de las capacidades productivas de los mexicanos.
Se trata también de romper con el vicio añejo de hacer de las
ayudas un instrumento para la creación de redes clientelares útiles en tiempos
de elección.